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Como Verne (Morriña de Domingo)
Texto publicado en el libro colectivo de homenaje a Domingo Villar y publicado por la Universidad de Salamanca, "Domingo Villar. El artesano de la palabra"
Por Francisco Castro Publicado en A Canción do Náufrago (Blog), Para ler, Uncategorized @gl en Abril 24, 2023 0 Comentarios 5 min lectura
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COMO VERNE 

(MORRIÑA DE DOMINGO)

 

FRANCISCO CASTRO (escritor y editor de Domingo Villar)

 

Estoy seguro de que a Domingo le gustaría verse en el título de estas letras al lado de Jules Verne porque, como él, los dos fueron escritores del mar, los dos fueron melancólicos de mar. Fijémonos en los títulos de las tres novelas que publicó Domingo Villar: Ojos de auga, La playa de los ahogados, El último barco. Las tres son novelas marineras, de alguna forma. 

Agua. 

Playa. 

Barco. 

Por supuesto, son novelas policiales, con un detective, Leo Caldas, y unos muertos y unos enigmas y requiebros argumentales y giros inesperados, todo eso que él hacía tan bien y que le sirvió para seducir a miles de lectoras y lectores de muchas latitudes lingüísticas desde el gallego original en el que escribía, pero en las tres novelas, en las tres, la Ría de Vigo, los marineros que salen con sus barcas a pescar cada mañana, son también personaje. Como la ciudad de Vigo, que es lo mismo que decir puerto, lonja, pescado, brea, marea… En las tres novelas  hay naufragios y olas peligrosas. Cadáveres que aparecen llenos de algas. Barcos malditos en los que es mejor no embarcarse.

Domingo Villar vivía en Madrid. Y ya lo dijo Sabina, Madrid es esa ciudad “donde el mar no se puede concebir”. Está demasiado lejos. Y Domingo lo sabía y lo sufría, por eso dejó dicho en varias ocasiones, que para él, escribir sus novelas viguesas era como estar en Vigo y oler la Ría, que era su manera de escapar del hormigón y el humo, de la tristeza de amianto de los edificios, y de la locura de tanto, tanto ruído. Era gallego y ya sabemos el tópico: morriña. La palabra es intraducible, tienes que ser de Galicia para comprenderla en toda su amplitud. Hace nada lo dijo el griego Theodor Kallifatides, quien no dudó en incluir la palabra en el título de su nueva obra, Amor y Morriña: “En fin, un día que estaba leyendo El asedio de Troya (Galaxia Gutenberg, 2020) traducido por Neila García del sueco, me encontré con la palabra morriña. La busqué. Era lo que buscaba. El dolor de estar lejos de tu país. Vi también que era de origen gallego. Probé para mí el título Amor y morriña y me pareció perfecto. ¿Sería un problema que fuera una palabra gallega?” (Kallifatides: A la caza de la palabra adecuada, https://www.epe.es/es/abril/20221105/caza-palabra-adecuada-77971775)

 

Quizás sea un problema, pero es lo que uno siente y se expersa así: tengo morriña. Domingo tenía morriña de mar, y por eso cuando escribía, estaba en el medio de la Ría. Así entendemos que la primera novela se centrase tanto en Vigo, la segunda, que viaje hasta el Val Miñor, y la tercera a O Morrazo. Los tres ángulos que definen la Ría de Vigo. La cuarta, que ya no leeremos, y que una semana antes de morir me dijo que tenía “muy avanzada” podría estar orientada hacia Rande, la otra parte de la Ría que le quedó sin tocar. Ya no lo sabremos.

Su muerte sí que es un naufragio imposible de contener en ninguna literatura.

Hasta Rande hizo viajar otro melancólico del mar, Jules Verne, a su capitán Nemo. Los buzos bajaban a por los galeones de Rande, que están allí, o eso se dice, después de una batalla terrible entre las tropas holandesas y británicas contra las españolas y francesas un 23 de octubre de 1702. Muchos barcos hundidos y todos los tesoros allí abajo. Los buzos de Nemo financiaban así su aventura. En la realidad, nadie ha encontrado los galeones. Quizás Caldas en una obra futura podría hacerlo. En todo caso, Verne, como Domingo, convirtió todas sus obras (y cuando digo todas quiero decir precisamente eso, todas sin excepción) en novelas de viajes. La cosa es curiosa porque solo salió tres o cuatro veces de su Nantes natal, y precisamente dos de esas escapadas fueron a la ciudad de Vigo (que no ha entendido que debería explotar más esa suerte). Villar y Verne, llenos de morriña de mar, escribieron historias en las que los océanos tenían vida. Pocos como ellos lo comprendieron tan bien.

Al mes de la muerte de Domingo Villar, organizamos desde la Editorial Galaxia y otras instituciones, un homenaje singular. Nada de académicos discursos. Nada de serios oradores glosando lo que ya todos sabíamos. Fletamos el último barco de los que van a Moaña, el mismo que protagoniza la última, ultimísima, novela de Domingo Villar. Le pedimos a las lectoras y lectores que así lo deseasen, que trajesen un libro de Domingo, para leer durante la travesía. Fue muy emocinante ver a tanta gente que no lo conocía personalmente, subir al barco con alguna de sus obras, agarrar el micrófono y leer un fragmento. 

Era un día de junio. Hacía un sol raro para Vigo en esa época del año. Y sobre todo, el mar estaba absolutamente quieto. No me engaña la memoria. No lo había visto así antes. Jamás. Alguien dijo: “parece que el mar quiere sumarse al homenaje. Mira que quieto está”. El sol rebotaba sobre aquella geometría plana. El silencio era atroz y hermoso. Y allí, surcando por encima de los galeones de Verne, todos nos morimos un poco de morriña de Domingo. Y de tristeza. Tanta.

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