Cuando hablamos de Didáctica de la lectura lo primero que tenemos que tener claro es que no estamos hablando de Didáctica de la literatura. Esta última ha tenido más que ver tradicionalmente con el aprendizaje de nombres de autores consagrados, fechas de publicación de obras consideradas canónicamente como importantes, y, en definitiva, con todas esas prácticas que le han dado a lo largo de la historia a la asignatura de Literatura una cierta apariencia de status científico. Imagino que, en el albor de los tiempos, para los profesores y profesoras de Literatura esto era lo realmente importante. Si en la clase de Ciencias Naturales o en la de Historia se memorizaba y se repetía, en la de Literatura habría que hacer lo mismo; si los Reyes Godos les quitan el sueño a nuestros chicos y chicas, nosotros no vamos a ser menos. Si la enseñanza de las Matemáticas ha conseguido secularmente enraizar en lo más inconsciente y unánime el odio visceral hacia la materia, a ver si somos capaces de enseñar literatura con la misma torpeza.
Quizás consigamos que sí, que odien leer, que no se acerquen a los libros.
Así que si lo que queremos es hablar de cómo enseñar a leer, lo primero que deberemos dejar claro es que sabemos muy bien qué es lo que no hay que hacer para enseñar a leer.
Probablemente lo que llevamos haciendo toda la vida.
En relación con esto:
1.- llevo años y años y años diciendo que hay que separar la enseñanza de la Lengua y de la Literatura. La existencia real, en el boletín de notas, con sus notas, claro, con sus pruebas de evaluación, suspensos, recuperaciones, pendiente para septiembre o para el curso siguiente, de la asignatura de Lengua y Literatura, es la plasmación académica de un desastre, unos de los caminos seguros hacia el fracaso lector indudable. En la misma hora de clase se intenta acercar a los educandos a los libros y a la creación literaria -o sea: a la belleza- al tiempo que se le dedican horas y horas a análisis sintácticos, a aprender las clases de pronombres, a contar sílabas y estrofas -que espanto!!!- y otras cosas que se puede decir que son importantes, sí, pero que no deberían ir nunca asociadas a la misma asignatura -ya tiene delito que la literatura sea asignatura- que queremos relacionar con la fantasía y la invención de mundos (y el goce estético a través de las palabras -eso es la literatura).
2.- llevo años y años y años asistiendo resignado a muchos de los centros educativos en los que se leen mis libros, para escuchar, horrorizado, los comentarios de los chavales y chavalas -y de no pocos impúdicos y poco sensibles profesores que me informan de las preguntas- en relación a las pruebas de comprobación lectora, o sea, el examen del libro de toda la vida por el que tienen que pasar una vez leída la obra recomendada. Identifican así, lectura, con un asunto didáctico, algo evaluable, con un examen que hay que pasar (y ya sabéis lo que pasa siempre: que al final de eso se trata; cuando son pequeñitos y se inician en el sistema educativo, quieren saber, necesitan respuestas para saciar el apetito de conocimiento que en cuanto que mamíferos racionales llevan dentro; luego, y demasiado pronto, la gran preocupación es aprobar y sólo aprobar. La de los chicos y la de las familias y la del espíritu final de las leyes educativas orientadas hacia la productividad, los resultados y la jerarquización cuantitativa y no hacia el aprendizaje, cuanto menos de los asuntos emocionales, estéticos o artísticos). El libro es un tema, un asunto, una valla más de las muchas que hay que saltar para superar el curso. El trabajo que se realiza con los libros y las historias que viven en su interior, termina teniendo poco que ver con una didáctica de la lectura. Es algo que entra en el examen. Los profes cuantifican. Es fácil y es cómodo. Hasta puedo hacerlo tipo test. El examen sobre El Lazarillo representan el diez por ciento de la nota. O lo que sea. Esas son las reglas del juego.
De un juego espantoso.
Animo a cualquiera a pasarse por esos espacios en la Red del tipo, por ejemplo El Rincón del Vago (cito este porque probablemente es el más famoso; hay otros cientos de foros y demás espacios virtuales en donde obtener todas las respuestas sobre cualquier cosa). Ahí encontraremos cientos y cientos de exámenes de comprobación lectora ya resueltos en los que se ofrecen las respuestas a las preguntas más frecuentes de los exámenes sobre los libros que se mandan leer en las aulas. Preguntas que, por lo general, tienen poco que ver con la literatura y más con las ganas de, de verdad, saber si se ha leído o no el libro… Como elemento de evaluación me parece perfecto. Como elemento de evaluación de ese objetivo más amplio que nos deberíamos proponer a la hora de enfrentarnos a la cuestión lectora, me parece un completo disparate. Algo dañino. Algo a eliminar ya (una pausa para una anécdota: una vez, por casualidad, llegué a uno de estos foros donde los estudiantes con urgencias dejan sus preguntas esperando ayuda anónima desde cualquier lugar del mundo. En esa ocasión, un estudiante que confesaba no haber leído el libro del que tenía que examinarse al día siguiente, y que era, por cierto, de mi autoría, preguntaba si alguien le podía hacer un resumen que debía entregar al día siguiente. A las pocas horas alguien le había escrito un breve y no mal del todo resumen, para que lo pudiese imprimir y entregar como propio. Lo malo es que en ese resumen, el benefactor había confundido el nombre de los personajes principales y al final convertía en el malo al que no lo era. Entré a corregirlo -con nombre supuesto, está claro- para que el pobre chico pudiese aprobar. Me fuí a dormir feliz por mi buena acción. Cuando desperté, alguien había comentado radicalmente mi corrección con un definitivo “no hagas ni caso. Este no tiene ni idea”.
3.- llevo años y años diciendo que la única manera que hay de enseñar a leer es dejándoles leer. En el caso de las familias (para ellos y ellas tiene también que tener importancia una Didáctica de la Lectura) acudiendo a las librerías con los pequeños y pequeñas, a las bibliotecas infantiles, animándose a nutrir (y a llevarse libros para casa) la biblioteca de aula, si es que la hay, etc. El tópico ya lo conoceis: los niños y las niñas se hacen lectores y lectoras en el regazo de sus padres y madres. Pero ese debe de ser un regazo abierto. Un abrazo que no apriete demasiado. Los acompañamos a la biblioteca o a la sección infantil de la librería. Pero les dejamos escoger. O les corregimos sutilmente (es impresionante la presión publicitaria que en las librerías infantiles y, sobre todo, en la sección para pequeños de las grandes cadenas de librerías, existe en relación a productos literarios -sería generoso llamarles obras de creación- basados en los personajes de las principales series televisivas de los distintos canales de dibujos animados de la tele que nuestros pequeños ven varias horas al día). En relación con ésto, quiero dejar constancia aquí de la belleza del momento de ir a la librería con mi hija pequeña, que quería, fuese como fuese, un libro que le habían leído en “La Hora del Cuento” del cole. No tenía ni idea del título. Tendríais que verla explicándole el argumento a los dependientes de la librería. El libro no apareció. Pero pasamos la tarde entre libros, buscándolo como un tesoro. No apareció, no. Pero se llevó otro. E hicimos algo juntos. Algo que tuvo la lectura, por cierto, como gran argumento y elemento amalgamador entre nosotros.
En el caso de los profesores, dejando sus gustos a un lado.
Además de escritor soy editor. También de Literatura Infantil y Juvenil, precisamente. Mi trato con los comerciales, ya no solo de mi editorial sino de otros compañeros que trabajan para otros sellos editoriales, es estrecho. Y ellos, a sus vez, tratan muy íntimamente con el profesorado. Las opiniones que transmiten los comerciales de las editoriales de lo que hablan con los profesores y profesoras, el feedback que reciben, por decirlo en moderno, son un termómetro importante a la hora de entender cómo respira, en general, nuestro colectivo docente en lo que al asunto de la lectura se refiere. Como en todo, depende. Hay muchísimo profesor y profesora que trabajan de maravilla, que transmiten, fomentan y animan todo lo que hay que transmitir, fomentar y animar en relación a los libros, la lectura y la cultura literaria. Pero sigue habiendo mucho profesor que sigue recomendando desde tiempos inmemoriales los mismos libros, o que pregunta, cuando se les envían, si son fáciles. Los hay, incluso, que se deciden por un libro u otro en función de si llevan incorporada la visita del autor o autora. Es lo que una vez escuché calificar magistral e irónicamente al escritor Xabier P. Docampo, como “libro con bicho incorporado”… Los hay. Es politicamnente incorrecto decirlo. Sí. Pero no estamos aquí para hacer amigos. Esta es mi opinión única e intransferible y soy, por lo tanto, más que responsable de ella. El trabajo de los docentes, siendo sin duda importantísimo y esencial y clave -ojalá lo entendiensen nuestros responsables políticos- es también un trabajo que anda cerquita cerquita cerquita, siempre, de la tentación de la comodidad. Estos apuntes, con los que llevo trabajando mil años me funcionan, para qué preparar otros. Este libro de texto con el que llevo tropemil cursos me lo se de memoria, para qué buscar otro.
Estas lecturas a mí me gustaron, para qué poner otras.
Ese profesorado no entiende que los gustos han cambiado. Que lecturas que hace unos años (mejor dicho: que hace unas décadas) eran digeribles por los alumnos y alumnas ahora ya no lo son. En mi lejano 2º de BUP se me obligó a leer (y fue un placer: conste en acta), a García Márquez, a Bécquer y El Cantar del Mío Cid. Creo que ahora no serían lecturas apropiadas para la mayoría de los chicos y chicas de 4º de la ESO, que es como se llama ahora ese curso. Y no es que ahora sean más torpes o más burros o más ignorantes. Simplemente es que ahora es otro mundo. El universo ha cambiado. No podemos seguir analizando la realidad con las mismas claves con las que analizábamos nuestra realidad adolescente. Lo que antes valía ya no vale. Quizás Harry Potter no es un modelo de perfección literaria. Pero es posible que haga más por traer a la chavalada a la lectura que Miguel de Cervantes, tan clasicote el.
Lo que tenemos es que traer a las nuevas generaciones para la lectura. Como escritor y editor y gestor cultural y activista de esto de la cultura, insisto siempre en el mismo mensaje: lo importante es hacer lectores. Dá igual que lean en ereaders, en iPads, en tablets, en la pantalla del ordenador o en el papel (y no tiene por qué ser preferiblemente en papel donde lo hagan; entendámoslo de una vez, que no pasa nada).
Enseñar a leer es como (o tiene que ver, o es parecido) a enseñar a jugar al fútbol. No se puede empezar por el reglamento. Los chicos y las chicas salen al patio. Hay un balón. No tienen ni idea del reglamento. De hecho, es que ni les importa. Pero juegan al fútbol. No saben que algunas cosas no se pueden hacer (eso del fuera de juego es algo que se aprende ya más creciditos). Ellos juegan. Y son felices jugando. Y se aficionan al fútbol, y no les importa esforzarse, sudar, entrenar duro, meter horas y horas perfeccionando las jugadas ensayadas, convenciendo al míster de que tienen un puesto en el equipo titular.
Creo que no tengo que explicar el ejemplo ni por qué lo he traído aquí.
Podríamos estar eternamente explicando malas praxis didácticas en relación a la lectura y su aprendizaje. Podríamos hablar de esas bibliotecas escolares que no funcionan como bibliotecas escolares, que están cerradas, o que son el lugar al que se envía a los castigados, a los alumnos problemáticos (!). Podríamos hablar de centros de enseñanza donde la biblioteca le cae a un profesor o profesora para completar horario, pero que lo viven, ellos mismos, como una especie de castigo ( y podríamos hablar, claro, de excelentes bibliotecarios y excelentes profesores que hacen de la biblioteca un lugar delicioso donde se aprende a entender la belleza que hay en las palabras impresas en los libros, que prolongan sus clubs de lectura en el más allá virtual, que, en definitiva, viven con pasión y por lo tanto enseñan con pasión y en definitiva, apasionan por la lectura).
Podríamos hablar de todo eso. Y no acabar nunca.
O podríamos escribir sólo una frase: no puedes enseñar a leer si no lees (¿es el profesorado español lector?). O en esta otra: si no entiendes que más importante que los polinomios es la educación sentimental -y esa también se adquiere en los libros- no entiendes nada de tu trabajo. O quizás en una tercera: todos los padres y madres, si fuésemos encuestados en la calle diríamos que queremos que nuestra descendencia sea lectora. Vale: ¿y qué hacemos para conseguirlo?, ¿ponerles la tele?, ¿la consola?
Las frases son infinitas. Como todas las que caben en la literatura.
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