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O RISO DE TITO
Por Francisco Castro Publicado en A Canción do Náufrago (Blog) en junio 25, 2007 0 Comentarios 3 min lectura
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Conta a poeta nicaraguana Claribel Alegría no seu libro Mágica Tribu ( Berenice ) no que lembra a grandes escritores dos que foi amiga, que Augusto Monterroso, a quen ela chamou sempre Tito, era un home sabio, porque tiña senso do humor. Escoitémola: «Nunca he conocido a alguien con tan agudo sentido del humor. Empezaba por burlarse de si mismo (…) El sabía lo mucho que valía, pero quería preservarse de la seriedad, de la solemnidad. Se burlaba de todo lo que amaba porque amaba con alegría. Se reía del otro como se reía de si mismo»
Teño para min que cando máis seria se pon a xente, máis parva é. Hai xente para a que todo é serio, todo é importante, todo é terriblemente importante.
Pobres.
A xente sabia ri. E ri moito. E non se toma en serio. Polo xeral, canta máis seriedade, transcendencia, reverencia, eminencia, títulos, secretarias, portas, instancias… rodean a un personaxe, menos ten que ofrecer.
Como mostra, este conto de Monterroso, titulado El Eclipse e que, confeso, teríame encantado escribir:
«Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de si mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles.

Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo mas íntimo, valerse de ese conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles».


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